Este relato, o lo que sea, lo comencé a escribir hace bastante tiempo, al poco de sufrir el Windows Vista en mis propias carnes. Tras mucho tiempo en el almacén de los borradores, he conseguido terminarlo. No es que sea muy bueno, pero lo cierto es que en su momento, fue como una forma de desestresarme ante los constantes fallos del SO que usaba entonces. Ahora, como vivo en Linux, carezco de la frescura de la ira y la rabia reciente que provocan los fallos constantes de Win, así que igual ha quedado algo descafeinado. Pero por una cuestión de homenaje al santo día que decidí pasar de todo lo relacionado con Windows, lo publico ya acabado.
Parecía ser el único superviviente, aunque no por mucho tiempo. En medio del mar, agarrado a un chaleco salvavidas, poco iba a poder hacer. Recordaba confusamente cómo había ocurrido todo: estaba en el baño del avión, intentando afeitarse para llegar al otro lado del pacífico en condiciones para la reunión. Los japoneses eran muy suyos, y no era cuestión de que se tomaran a mal que no fuese impecable. Lo siguiente que recordaba era ese sonido tan peculiar a través de la megafonía del avión. Él había elegido ese tono para que sonase tras un error de Güindous, antes del pantallazo. Desde luego, era una mala señal. Luego todo fué caos y destrucción. Recuperó la consciencia, agarrado a ese chaleco salvavidas naranja, en medio de un vasto océano y sin nada alrededor. Un panorama desolador... ya no llegaría a la reunión en condiciones; probablemente no llegase nunca.
Medio dormido, esa noche, recaló en una superfície blanda, pero algo áspera. Tras la confusión inicial (la inanición y la sed ayudaron en su torpeza mental) descubrió que eso que estaba tocando con las manos, era arena. ¡Estaba en una playa! Por tanto, estaba en tierra firme. Se arrastró fuera del agua, buscando un cobijo en lo que supuso que eran palmeras cerca de la orilla. Estaba salvado... o eso parecía.
A la mañana siguiente, el sol le despertó de un zarpazo, dañando sus ojos y la piel saturada de sal. Se incorporó como pudo y fué a buscar algo que comer y algo que beber. Como siempre pasa en las películas, los cocos le salvaron del apuro. Lo único que podía hacer era esperar por si pasaba algún barco o avioneta de rescate, intentando recordar qué haría El Último Superviviente en su lugar. Aunque se acordó que ese programa resultó ser una estafa. Así que a falta de nada mejor que hacer, le empezó a dar vueltas a la reunión a la que no asistiría.
Todo el asunto giraba en torno a la nueva gestión de los informes de errores del sistema operativo Güindows Lista, ese nuevo SO con una tecnología innovadora que producía unos efectos visuales para mejorar la experiencia de usuario, con ventanas en 3 dimensiones, botones animados, transiciones audiovisuales entre ventanas, y animaciones dinámicas, usando únicamente el 80% de los recursos del ordenador. En cuanto al funcionamiento interno, tampoco tenía mucha idea de cómo era. Si no recordaba mal, era más o menos igual que el ya famoso Güindous 1995, con alguna modificación. Pero como decía su presidente: "Si funcionaba hace 10 años, no veo por qué habría que cambiarlo". Y era verdad. La cuestión era, que los errores generaban unos informes para mejorar el sistema, porque un SO siempre daba errores, de forma habitual. Era algo normal.
Pero para demostrar que se preocupaban de los usuarios, habían implementado esa herramienta. Aunque el problema estaba en cómo gestionarlo. Él había sido un innovador, un creativo, y había realizado una serie de subcontratas subcontratadas por los subcontratadores de la compañía que dejaban los costes de todo el asunto en calderilla para la compañía. No tenía ni idea de quién leía esos informes, ni dónde estaban ubicados ¿Corea, Vietnam, India? Según uno de los subcontratistas (el segundo o el tercero, no recordaba) iban a situarlo en algún rincón perdido dónde "trabajarían más cómodos... y más barato". Quizá no supiesen solucionar los problemas bien. Pero ahí estaba la magia. Y eso era lo que iba a explicar a los japoneses, con intención de animarles a invertir en una compañía tan inteligente y moderna. Además, estaba en el aire un contrato de exclusividad para instalar el SO en los ordenadores de las empresas japonesas. Por eso, era importante demostrar que se había solucionado el tema de la asistencia a los usuarios cuando surgía algún problemilla.
Su punto fuerte era la atención al cliente. Tiempo atrás, ya se le ocurrió eliminar a los teleoperadores, y establecer mensajes de error que el sistema operativo de cada ordenador les enviaba por internet. Así, en ese rincón perdido, trabajando cómodo y barato, había un equipo de trabajadores (con conocimientos nulos de programación) que revisaban esos informes para corregir problemas, y mejorar el funcionamiento. Trabajadores subcontratados entre 3 y cinco veces, en una cadena de abaratamiento de costes. Y lo que se habían ahorrado se había convertido en un bonito yate en el puerto de su chalet.
Lo que no sabrían nunca los clientes es que esa solución no era necesaria, porque una vez comprado el sistema operativo, y una vez monopolizado el mercado, no importaría si se desentendían de los clientes. Podrían incluso no dar soporte... qué más da, cuando la mayoría de la gente cree que tu sistema es la única opción.
En cualquier caso, lo importante en ese momento era encontrar la manera de volver a un lugar civilizado, y quizá podría asistir por videoconferencia a la reunión. Así que le tocaría recorrer la isla para encontrar a algún nativo que, a cambio de alguna baratija occidental, le diese comida y le llevase a un sitio con transportes. Así que echó a andar buscando un sitio elevado, para localizar alguna posible aldea.
Un par de horas después, estaba en lo alto de una colina, y casi le da un pasmo. ¡Había una serie de cabañas en un recinto, con lo que parecían generadores eléctricos y placas voltaicas! Los paneles y generadores parecían relativamente nuevos. Sería una estación científica, y recibirían visita de forma regular, así que podría volver... y no descartaba un bañito caliente, antes de marcharse. Así que echó a correr hacia allí.
Todo era un tanto raro. La verja no estaba cerrada, y no se veía movimiento fuera de las cabañas. Pero indudablemente había gente allí, porque se oían una especie de ruidos y sonidos electrónicos, así que entró en la primera cabaña a la que se acercó. Olía a cerrado y cuando sus ojos se adaptaron al interior, sólo pudo distinguir unos cuantos servidores conectados a una cantidad ingente de impresoras de aguja, de aquellas que ya no se fabricaban, imprimiendo como locas haciendo un ruido ensordecedor. El resto de la habitación estaba lleno del papel que escupían sin cesar. Recogió uno de los pliegos, y leyó:
Informe de Errores de Güindous
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